Algunas de las fichas trabajadas en las Comunidades de Constructores de paz, responden a la siguiente secuencia:
- Escoger la vida: Colocar al “ser” sobre el tener, hacer, saber, poder. La verdadera pregunta no es si hay vida después de la muerte sino si la hay antes.
- Aceptación de la condición humana: Que incluye el mal y la posibilidad de perdón. Caer en la conciencia personal de que cuando señalo al otro con mi dedo índice, otros tres dedos de mi mano me señalan a mí.
- Llegar a ser uno mismo: Similarmente a la imagen usada por Miguel Angel Buonarotti, quien decía “sacar del mármol la estatua que había dentro”, despojarnos de lo que no nos deja avanzar. La verdadera personalidad no se forma al adquirir sino al despojar y entrar de este modo en la lógica de la gratuidad, del amor y la trascendencia. Ello nos permite además descubrir que alguien me conoce más que yo mismo, en la mirada luminosa de Cristo (o algo/alguien superior a mí)
- Descubrir el niño que hay en mí: Que es a la vez la plena estatura del ser humano. El adulto es aquel que armoniza todos los lugares que habita, los vive en unidad. La unidad exige la mirada integradora, no parcial.
- Salir de mí para servir al otro: La unidad, a su vez, es posible gracias a la fecundidad del don. Salir de mi “feudo” que es tierra de esclavitud, para ir hacia el otro. Hay dos maneras de amar: para sí mismo o darse al otro. El amor genera libertad. Pasar del yo al ti es la verdadera revolución, la verdadera conversión: “Él no se miró a sí mismo, nos amó hasta el final”.