Dos veces al mes, un grupo de gente muy ocupada deja sus asuntos personales, sus familias y sus horas de descanso para reunirse en la casa de alguno de sus integrantes.
Pero aparte del ritual de la reunión quincenal, se escriben, conversan, se encuentran de a dos, de a tres o más, en los fines de semana o cuando pueden.
¿Qué los agrupa? No los une la misma fe, orientación política, filosófica, profesional o recreativa, la edad ni el género. Algunos son expertos participantes de otro tipo de grupos, algunos no integran ninguna otra experiencia grupal sistemática.
Comenzaron llegando por la invitación de Desafío, pero luego se integró más gente porque alguien les dijo que era bueno, que les gustaría, que les haría bien…probaron y se quedaron.
Tal vez algunas prácticas habituales en el grupo entreguen una pista de la fidelidad a esta experiencia:
· Son aceptados como son. La tolerancia es regla de oro.
· Se reconocen falibles, imperfectos. Nadie debe demostrar nada en especial.
· Buscan construir algo. Que en esta experiencia es la Paz, comenzando por la propia.
· Tienen derecho a intentar su camino. Nadie es consejero de nadie.
· Se divierten. La trascendencia de la Paz no es necesariamente igual a solemnidad.
· Se emocionan. Se comparten las emociones sin “cátedras” de lo bueno y lo malo.
· Se acompañan. Están al lado, mantienen presencia cariñosa sin exigir nada a cambio.
Nadie resuelve sus problemas cotidianos en el grupo. No hay ayuda terapéutica, ni laboral ni financiera. Sin embargo, todos insisten en seguir juntos.
Tal vez en la saturación de recetas extravagantes para sobrevivir a la vida moderna, hemos olvidado la importancia de la comunidad. El Grupo de Paz es esencialmente una comunidad, orientada a impulsar la construcción personal de la Paz, a través del potente recurso del acompañamiento colectivo.
Si no parece muy magnético ni desafiante, es porque lo mejor de lo que pasa en el grupo es intangible: Hay que vivir la experiencia para captar su trascendencia.
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