sábado, 4 de junio de 2011

Unidad de cariño incondicional

Pilar Sordo ha escrito este texto que nos parece muy sintónico:


Veo a una familia maravillosa preocuparse por el peinado de su madre que está en coma profundo, para que en el momento de su partida se vea hermosa.
Veo gente recuperarse, con sonrisas y esperanzas, como si hubieran vivido una pesadilla de la cual se borran con el tiempo muchos recuerdos. Veo tubos, ventiladores mecánicos, muchas máquinas, remedios y sondas por montones para distintos fines los cuales empiezo a entender de a poco.
Por los pasillos camina un hombre que no fija su mirada y su mujer lo acompaña desde atrás en silencio y con la mirada temerosa.


Veo y converso con muchas personas que tienen a sus seres queridos inconscientes, hablarles, tocarlos convencidos, y a mi juicio con razón, de que ellos perciben el amor, si en verdad nunca el alma ha estado enferma.


Observo enfermeras, auxiliares de aseo, de alimentación, doctores, auxiliares de enfermería dar ánimo aún cuando a veces no hay mucho que esperar.


Kinesiólogos, nutricionistas y psicólogos que me hacen pensar cuantos de estos pacientes estarían muertos si hubieran sido atendidos en algunos de nuestros centros de salud públicos porque, gracias a Dios y me consta, no todos funcionan tan mal como los medios dicen.


Recepcionistas que reciben todo el día la angustia de todos los que estamos ahí y que además, debemos reconocer que no les damos el trato y cariño que merecen.


Ustedes se preguntaran desde donde hablo. Lo hago desde la UCI, que se llama UNIDAD DE CUIDADOS INTENSIVOS, pero por lo observado durante estos días dentro, claramente debiera llamarse UNIDAD DE CARIÑO INCONDICIONAL.


Conozco pocos lugares donde la gente entregue tanto cariño, se perdone, converse y revise sus vidas como en este lugar. Una zona donde nadie espera recibir, donde lo que importa es transmitir sin importar si el otro podrá o no responder a los desvelos, a los cariños y a las palabras que muchas veces parecen dichas al aire.


No podría decir quién sufre más en estos casos, si el paciente que, generalmente recuerda la mitad y eso de lo que vivió, o los familiares que están plenamente conscientes de lo que viven y de todo lo que significa esa realidad.


Cuánto debemos aprender de esta zona que es la última zona de la vida; después está San Pedro, según por lo menos mis creencias; peor si sería para mí saber que después de eso no hay nada más. Cuanto dolor me ha tocado ver al compartir la partida de varios y cuanto miedo he experimentado al sentir que mi amor puede volver al lugar desde comenzó su existencia.


Ojalá aprendamos a dar en silencio como ocurre ahí, a hablar sin esperar respuesta, a valorar y agradecer cada señal de vida por simple que sea, a amar profundamente sin esperar nada a cambio. A tener humor a pesar de la tragedia.


La energía que se vive ahí es tan potente que estoy segura que conscientemente, por lo menos muy pocos, se dan cuenta. La abnegación y la generosidad con la que trabajan es digna de reconocer.


Sin temor a equivocarme los problemas mayores no están con los pacientes sino que con los equipos de trabajo y con el tremendo stress al cual están sometidos.


Me pregunto cuántos de los familiares que estamos ahí les sabemos los nombres a todos ellos. Ellos mismos reconocen llamarse por los apellidos y muchas veces percibí que entre ellos mismos, el personal no dominan sus nombres, a mi humilde juicio algo que hay que mejorar. El saber el nombre del otro aumenta la confianza y genera mayor compromiso.


Sin duda una gran escuela en estos días de la cual espero haber salido con el curso aprobado.


Por Pilar Sordo, psicóloga 

1 comentario:

Mime dijo...

Hoy estuve en una UCI y me pareció tan asertado lo que dice Pilar Sordó. Le agregaría que es ahí donde más nos visita el Espíritu porque sabemos tan poco de lo que ocurrirá con nosotros y con los pacientes que visitamos. Todo es presente y Presencia!